jueves, 8 de octubre de 2009

De cómo aprendí que puedo ser surfista (una crónica de la desesperación)

El otro día que me subí al camión para ir a la escuela llegué a la conclusión de que yo podría ser surfista. En realidad no es tan descabellado ni estoy tan loca como ustedes podrían pensar. Ahí estaba yo: el periódico en una mano, el ipod en la otra (no por fodonga sino porque mi pantalón no tiene bolsas), la mochilota en mis hombros tapando el pasillo y a mi alrededor una muchedumbre con olor peculiar exhalando aire caliente.

Ahí estoy yo concentrada en las letras de Muse con el cuerpo hacia delante tratando de atorarme con la cadera entre los asientos para no caerme. Algunas veces me detengo con uno o dos dedos que aún tengo disponibles cuando la inercia de los frenos me obliga a hacerlo con la finalidad de no repegarmele descaradamente al tipo que viene dormido y cuya cabeza realiza un peligroso movimiento pendular. Derecha-izquierda. Izquierda-Derecha, ¡centro! , se despierta...ah no, ya volvió a caer: Derecha-izquierda, aquí vamos otra vez.

Sin embargo mi entrenamiento no ha llegado a su fin. Cuando en el camión hay tanta gente que nos volvemos uno solo, y no precisamente por cachondería, es tiempo de comenzar el circo de pasar el pasaje de los de atrás para dárselo al chofer que lo exige de mala manera y que minutos antes ha aplastado con las puertas el brazo de una señora de reacción silenciosa. "Pasa dos", me dice la rubia ficticia colocada al lado de mí. "¿Con la boca o qué?" Pienso yo sin manifestarlo públicamente ante la posibilidad de que mi sinceridad peque de grosería. Undostres...misión cumplida. Aquí viene el cambio, la "disque-wera" está platicando y no me pone atención. "Ándale chula, por tu culpa me voy a caer y me voy a enojar" le digo por telepatía observándola fijamente. Por fin ha comprendido mi mirada de pistola y pasa el cambio.

Entonces me digo a mi misma:"Oye mi misma, esto podría ser provechoso considerando que hay una terrible epidemia de influenza y es mejor no tocar nada" Además creo que me hace sentir mejor saber que tengo tal equilibrio, desconocido para una personalidad tan torpe como soy yo. Pero lo admito, ya me desesperé del olor que no sé cómo clasificar, de la falta de oxígeno y del niñito que recientemente ha comenzado a llorar.

Y yo sigo en la pasadera de pasajes en automático. Ya ni siquiera siento que me voy a caer ni me interesa lo que piense el señor que me sonríe coquetamente a 5 pasos de distancia. En el horizonte distingo la silueta de mi alma mater como si fuera un oasis y aguardo discretamente mientras alguien más toca el timbre. Sorpresa, el camión no quiso detenerse y una doña le grita al camionero como si fuera su marido: que si piensa que tenemos su tiempo, que si no sabe que tocamos el timbre, que gente como él debería $%"!&/, ¡ oh, florido vocabulario no apto para este blog! Se detiene una parada después al lado del panteón. Las puertas se abren, bajo las escaleras y entonces recibo una bocanada de aire fresco que me hace pensar en lo bonito de la vida cuando te da esos detalles antes carentes. Camino apresuradamente sin mirar atrás por temor a convertirme en estatua de sal. Como cereza del pastel ya voy tarde a la escuela otra vez...

Anabel.

2 comentarios:

  1. Buenísima la narración, es algo loable que un momento tan deprimente, como una mañana en la hora pico del camión, pueda convertirse en algo ilustrativo. Particularmente creo que resulta útil divagar sobre la vida de los otros, claro está sin inmiscuirte de más. Un saludO

    ResponderEliminar
  2. Que increíble que conviertas la tortura matutina en algo tan cómico y entretenido. Mi perspectiva de la vida cambiará después de esto y de que hoy, justamente, fui yo la que se quedó descaradamente dormida en un asiento azul por masomenos... una hora.
    Jajajajaja... Más detalles, en tu blog!

    ResponderEliminar