sábado, 12 de septiembre de 2009

Y si todos nuestros días están contados...

Pido una disculpa a todos los amantes de este blog (o sea mis tres amigos imaginarios) por haberlos privado de mi ausencia durante algunas semanas. Culpen a Televisa porque tienen la culpa de todo lo malo que pasa en el mundo. 


La Cookies morirá. Bueno, todos moriremos, pero ella pronto, bueno a lo mejor alguno de nosotros también, pero ella seguramente. 


La Cookies es la perrita de esta casa (léase animal canino, no adjetivo despectivo, yo así no me llevo). Es una especie de maltés con french poodle y alien, que nunca fue muy bonita, pero siempre muy agradecida. 


Pues resulta que ya tiene la friolera de 14 años y dicen mi mamá y mi hermana (que son las que se encargan de ella) que ya no da más. Yo todavía la veo moverse y su instinto para notar que estoy comiendo en un radio de 5 km a la redonda parece intacto, pero ellas dicen que no, que ya es hora de cantarle el requiem. 


 Yo nunca le he tenido ni mucho ni poco cariño a la animalita, o sea, me pide comida y le doy y la saludo cuando llego y me saluda, pero hasta ahí. Y lo extraño del caso es que ahora que me dicen que la "dormirán" (La próxima vez que una chica guapa los invite a dormir, piénsenlo dos veces, puede ser mucho menos divertido de lo que se imaginaron), la verdad es que me da tristeza. 


Eso es lo que se me hace raro. Que me de tristeza un animal. Con tanto niño pobre, tanta delincuencia, tantas familias sin comer, tanto de tanto en este mundo, a mi me viene a dar pesadumbre la muerte de una perrita antiestética y me siento un poco estúpido. 


 Aquí la tengo a mi lado, preguntándose si habré dejado un poco de helado de chocolate para ella, y me dan ganas de decirle: corre, sálvate! pero ni entiende, ni puede correr. Mejor le doy helado. 


¿Se puede sentir legítimo pesar por un hecho tan vanal? yo en verdad creo que no, todas esas asociaciones que cuidan ballenas y perros y caballos y periquitos del amazonas en peligro de extinción y se olvidan de las personas se me hacen de lo "pior". Igual que los que se echan a llorar en las películas cuando matan al perro pero no se inmutan después de 50 soldados ensangrentados. 


Y con todo y eso, qué awite que se muera la Cookies. 


Por supuesto que no irá al cielo de los perros (Hollywood les mintió, eso no existe), ni la reencontraré en la otra vida, ni nada. La Cookies se va y se va. Nos quedará este blog y la memoria para recordarla. Nada más. 


Tendremos que comprar otra. De preferencia de las que no se mueren. 


Ved.