jueves, 4 de junio de 2009

La sorpresa

Hoy abrí la ventana y encontré un desierto. Tengo cáctus y serpientes, y todas esas cosas que dicen los libros que exige el ecosistema en cuestión. Aunque también tengo leones y alebrijes, gnomos, estrellas, una lluvia intermitente de arena color azul, finísima, y todas esas tonterías que exige mi imaginación. Sin embargo he de decir que no sé de dónde apareció tanta sequía y por eso voy a echarte toda la culpa, enterita, de esta desolación instantánea que conoce sólo quien ama con furia de poeta romántico. Vas a negarlo, yo sé. Pero qué ganamos con pretender un tiempo que no tienes cartas en el asunto cuando ambos sabemos que este desierto es tan tuyo como mías son tus manos.

Está bien, admito que no puedo evitar la curiosidad que me provoca no saber cómo le hiciste, como muchas otras veces, para dejarme con la boca abierta pero te conozco y seguro me lo diste para que le sacara algún provecho. Por ejemplo, ahora puedo imaginarme lo ricos que nos haríamos vendiendo esto por televisión: desiertos en ventanas ajenas, sorprenda a sus seres queridos con un detalle que nunca olvidarán. Incluso, si tú quieres, podríamos comenzar con una promoción “Llévese un flamante desierto con la colección de escorpiones más grande del país” o “Llame ahora y obtenga un desierto reversible listo para transformarse en tundra el día que usted lo decida.” Sólo piensa en todos los lugares que podremos recorrer con el dinero que ganemos: Chile, París, Bahamas, las llamas de Perú…

Algunas tardes, cuando no pienso en eso, me canso y me da por deprimirme mientras corto los nuevos baobabs; otras veces me repito que las cosas no están tan mal: no todo mundo puede vivir la sorpresa de amanecer con una vista diferente en la ventana de su cuarto. Quizás pudiera acostumbrarme a mi nuevo paisaje o escribir versos a la arena entre los pies y puños; puede que después de todo no sea una gran tragedia el calor y me ayude a bajar de peso. Y a final de cuentas, no creo hartarme de estas puestas de sol que te esmeraste en dejarme antes de huir de estos brazos como un descarado.

Lo que sí me extraña un poco es que a pesar de todo se te olvidó un detalle: hace frío en los desiertos y no me veo bonita usando suéter, ¿es esto parte de tu plan malévolo? No te basta con la soledad acumulada, ahora tendré que abrigarme. Olvidaste también, por un momento, que me gusta mirarte la nariz desde muy cerca y que corro de ti porque quiero que me atrapes, invariablemente, que me sigas a través de mis escapes ficticios para jugar a que no te quiero y entonces, en el momento menos pensado nos fundimos con la eternidad: caricias, susurros, risas que hoy no están.

Tú sabes que no puedo contarte los rizos si no estás cerca de mí. Un día recitabas poesía y al siguiente encontré tu firma abandonada en las dunas de esta inmensidad que huele a tu ausencia.

-¿Cómo es eso?-preguntarías tú
-Es un persistente olor a almendras que tienes pegado en el cuello-diría yo- y que por más que quiero, no logro quitar de mis cabellos.

Tú, seguramente, sonreirías pensando que cómo le hago para decir cosas tan cursis y yo alejaría la mirada pensando que no lo sé, que así lo siento y nada más. Como ves, dedico mis días a dibujarme situaciones predecibles a falta de hechos fehacientes, esperando que si cierro la ventana quieras regresarme mi parque, mi fuente, mi cielo azul para escribir…

Me despido porque no puedo hacer más, si así lo quieres que así sea: contigo nuevos horizontes, conmigo recuerdos y arena. La ventana cerrada y yo te tengo otra sorpresa: de un tiempo para acá los poetas han dejado de alabarte…

Anabel.

4 comentarios:

  1. tsss Anabel! me gusto muchoo... y se acopla muy biien a estos últimos dias!
    de vdd, no lo digo xq seas mi hermana adoptiva, escribes muy bien!
    gaby!

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  2. muy bueno =)

    Nadia A. ash... a ver si ya me voy enterando de como hacerle para dejar de comentar como anónimo y estar firmando al final...

    Nadia A.

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